Infertilidad

INFERTILIDAD: La Historia de Ana

Mi primer embarazo nos tomó por sorpresa, y fue casi perfecto.  Sin embargo, tuvimos que interrumpirlo súbitamente a las 34 semanas, para salvar la vida de mi pequeña bebé.   Vivir el nacimiento de un primer hijo con tanta ilusión y a la vez tanto miedo es una experiencia dura como para repetirla muy pronto.  Así que esperamos.

Con miles de exámenes en mano y aún con algo de temor, decidimos intentarlo nuevamente cuando nuestra hija tenía ya dos años. Tras una pequeña espera, llegó ese segundo embarazo tal y como esperábamos. A las 8 semanas recibimos la noticia que no detectaban latido en mi bebé, y dejamos que la naturaleza siguiera su curso. Días se convirtieron en semanas, y finalmente una tarde de octubre me tocó vivir la difícil experiencia de un aborto espontáneo.  Asustada, sin saber qué hacer, continué con la normalidad de mi día y con mi día… o eso creí yo.

Años después de esta primera pérdida, ahora puedo ver claramente que aún con mi entrenamiento como psicóloga no entendía que estaba MAL.  Fue mucho tiempo. Nunca se me ocurrió ver un terapeuta o hablar de esto con nadie: no mi esposo, no mi familia, no mis amigas de toda la vida…nadie. Me encerré en mi propio mundo de amargura y de temor. Me incomodaba saber o ver que la gente seguía embarazándose y teniendo hijos y yo no.

La infertilidad secundaria viene acompañada por sentimientos y cuestionamientos duros.  Pocas personas hablan de eso.  ¿Cómo yo quejarme si ya tenía una hija? Creo que hubo momentos en los que incluso llegué a plantearle a mi esposo el separarnos… me sentía sola, alejada, y que él no podía verme o entenderme. Durante ese tiempo, él se volcó completamente en nuestra hija (¡Afortunadamente!) y desarrolló con ella un vínculo especial.  Verlo con la niña de sus ojos probablemente evitó que yo decidiera tirar todo por la borda, pero no apaciguaba mi frustración y dolor.

Dos años más tarde, más intentos de embarazarme: ciclos calculados, inyecciones, exámenes.  Al ser una persona sumamente ordenada y controladora, no podía asimilar cómo esto que quería tanto no lo podía conseguir.  Aún siguiendo al pie de la letra todas las instrucciones.

Recuerdo una tarde en que mis dos ginecólogas estrella (¡ellas saben quiénes son!) tras medirme una vez más tamaño de folículos y demás, y al ver mi cara de frustración porque lo observado no era lo esperado, me sentaron y me hablaron de manejar mejor mi ansiedad, de poder tranquilizarme, retomar hábitos de vida más saludables. Creo que por primera vez en todo este caminar de 3 ó 4 años, lloré de verdad. En ese momento comprendí que más allá de ese embarazo que tanto quería, me estaba perdiendo yo e incluso arriesgaba perder la familia que ya tenía pero que estaba ignorando. Y ahí me propuse un cambio.

Comencé a buscar ayuda para intentar mejorar mi relación con mi esposo, con mi familia, a retomar la comunicación con mis amigas, y mejoras mis hábitos de salud.  Empecé a trabajar en mí.  Así pude continuar con el proyecto, los chequeos, inyecciones y demás, hasta que luego de transcurrido un tiempo finalmente recibí la tan esperada prueba de embarazo positiva. ¡Al fin! ¡Lo logramos! Todo iba arreglándose y encontrando su sitio.

Seis a siete semanas después, un nuevo golpe: no había embrión en la bolsa. Esta vez decidí que no quería dejar las cosas a la naturaleza; tras una intervención poco agresiva en unos pocos días todo había terminado. Pero esta vez no me sentí lo vacía, lo sola o lo triste que la primera vez. Me sentía más cerca de mi esposo, de mi familia, de mis amigos, y mi actitud era diferente; no sé si más positiva o esperanzada o pragmática pues ya había pasado por esto una vez.  La realidad es que estuve más tranquila y decidimos pronto intentarlo nuevamente. Vengan más exámenes, más médicos, más inyecciones… pero nada.

Llegaba diciembre y tomamos la decisión de no hacer nada más de tratamiento hasta pasadas las fiestas, pues queríamos pasar un tiempo agradable en familia. El día antes de un viaje que decidimos programar, fui a cita de control con mi ginecólogo y su primera pregunta es: “¿tú te has hecho una prueba de embarazo?” A lo que respondo “no, cómo así”.  Su respuesta fue: “aquí se ve un saco de 5 – 6 semanas, que corresponde con tu fecha de último periodo”.

Fue así como recibí la noticia que debía prepararme para una nueva etapa, un nuevo reto.  Tras 38 semanas con riesgos de pérdida, sustos, monitoreos, ultrasonidos y exámenes, tuve finalmente en brazos al “macarroncito”.  Un niño que contra mucho pronóstico nació sano, a término, gordo y para nosotros, perfecto.

Hoy, dos años y ocho meses después de haberlo conocido por primera vez, no puedo imaginar darme por vencida. El esfuerzo, el sufrimiento, el dejar el pellejo en el camino, el crecimiento…. todo es parte de mi historia… de NUESTRA historia.

Vivir con infertilidad nos cambia la vida y la perspectiva para siempre. Lo vivimos en solitario pues da vergüenza (aunque no tiene por qué darla), nos duele en el alma y a veces no sabemos cómo manejar ese dolor. Pero al final del camino es una oportunidad de crecer, de conocerse, de buscar rutas alternas y de entender qué significa luchar por lo que se desea con el corazón.

Como profesional de salud mental, entiendo que hay mucho trabajo por hacer, pues la infertilidad es más común de lo que nos atrevemos a reconocer, y el apoyo es escaso. Aquí comienza formalmente mi caminar en Plan B.  Esta es mi historia, y la comparto porque creo que es mi deber contarla.  Atreviéndonos a hablar nos acompañamos, sanamos, y entendemos que no estamos solas.  Con mucho entusiasmo y ánimos estamos al pie del cañón con ustedes, porque GRANDES COSAS LLEGAN A QUIENES LUCHAN.  Ese es #ElMejorPlanB.

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